Literarios (hecho en casa)

Para hablar de cualquier tema no relacionado con la música.
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beeutherlin
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por beeutherlin »

Esto el lo último que tengo registrado:
En un futuro lejano el espacio vital sería otro. Una marcha quedaría girando en el aire y unas ruedas quedarían girando en la tierra. Será en un Buenos Aires no soñado aún muy lejos de la redundancia de vida actual. Pero no es el momento de adelantar toda esa sombra gigante. Es el momento de la vida.

Todos los sentimientos juveniles rebosantes de naturaleza florecían en esos amaneceres coscoínos. Quedarse toda la noche mirando esas estrellas que plateaban el cielo entero y colmaban de cric-crics el aire, mientras algunas ranas se divertían surgiendo desde la nada haciendo correr al noble “Lanita” que saltaba de aquí para allá sin lograr cazar ninguna. Y a la mañana caminar descalza por ese césped de diminutas gotitas de verde rocío. Qué lindo ese andar de sensaciones por la vida de verano! Y luego a calzarse para la caminata hasta La Cumbre, con Susanita, Guille y mamá, ya medio dormidos claro, a un rico desayuno de Chocolate con churros en “El Toboso”.

Eran los días de cabalgar con Canaria hasta San Esteban, y en un lugar apartado del río hundir los cabellos en esa agua, que de puro cristalina mostraba todo su fondo. Qué frescura porfiada era entonces inclinar hacia atrás la cabeza y sentir la caricia del agua cayendo sobre el cuerpo. Y el relinchar de Canaria esperando desde debajo del árbol mirándome fijo, con su extenso cogote girado hacia mí, como de goma.

Muchas veces Canaria me esperaba relinchando debajo del árbol, pero en la mañana no faltaba su reclamo de duraznos. Entonces me levantaba, atravesaba el parque, giraba alrededor de la casa, elegía el fruto del duraznero, abría la tranquera y se lo acercaba a su boca. Alguien ha escuchado lo lindo del sonido cuando un caballo –“tu” caballo- disfruta de eso que tanto le gusta? Era lindo, sí, como el ruidito que hacía cuando arrancaba la gramínea que encontraba al andar. Tan lindo como el ruido del galope mientras yo montada en ella apoyaba mi mano en su anca y me daba vuelta, para ver cómo se alejaba el paisaje mientras su cola dorada se elevaba al galope. O cuando llegábamos al vado del río, y ella se comía los tréboles mientras lo atravesaba despaciosamente. Del otro lado, a galopar otra vez sin que ni siquiera hiciese falta una señal mía. Le gustaba correr, como a mí! Y le gustaba saltar, como a mí!

¡Mi canaria…! “Le quiero decir que vi a su hija yendo a todo galope con la yegua. Es peligroso”, tocó el timbre un entrometido Don Ceballos. ¿Peligro?, si era mi pan cotidiano de ternura y complicidad. Ella y un perro callejero al que llamábamos “Gaucho”, y que de callejero ya no tenía nada porque todas las noches saltaba la ligustrina para dormir en el jardín de la casa. Perro tramposo!... , a la mañana ya se había ido.

Luego llegaba el invierno, con sus charlas nocturnas a la luz del crepitar de los leños, y la “hazaña” de trepar hasta la cumbre de la sierra más alta: el Mástil de Los Cocos.

En esa relación de paroxismo con la vida esta se veía encantada, y ahí acudían los cuentos de Quiroga o las poesías de Lugones, los espejos deformantes de “El descanso”, los laberintos de árboles, las curvas de los caminos tan ondulantes como sinuosos y la infaltable visita a Mujica Láinez en su casa llena de leyendas. Un libro autografiado por él lo demuestra!

Sí; el espacio vital era otro. Hoy es una calesita antigua, a veces quieta de tan antigua, y en silencio. Otras veces herrumbrada, como muñecos sin dueños después de haber sido sonrisas y consuelos.

La calesita que ya no gira, que se quedó sin sortija, en silencio en una plaza abandonada. Una plaza sin gente cubierta de maleza. A oscuras.

Gaucho, Lanita, Canaria ya no están. Las sierras son edificios. El río es el de la Plata. Las estrellas son luces de automóviles y el cielo se transformó en una caverna ingente de lamentos.

Y una silla enorme, gigante, que aplasta todo a su rueda. Y unos deseos más gigantes de volar…
"Si las cosas que valen la pena fueran fáciles, cualquiera las haría" A. Quinn

Decímelo y lo recuerdo; explicámelo y lo entiendo; involucrame y lo aprendo

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draku
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por draku »

Mi historia con los relatos es graciosa; sólo he escrito 3 relatos en mio vida, lo hice de chaval y 2 de ellos los envié a concursos de relatos de instituto cuado tenía unos 15/16 años y los dos ganaron, así que puedo decir que triunfé con la literatura :lol:

Ahí os paso el 2º, y la verdad, no es tan bueno como para ganar un premio :mrgreen:

OJOS CERRADOS

1
Rojo, azul, verde, rojo, azul, verde, rojo, azul, verde... Aquél hombre miraba al suelo del lugar y observaba cómo iban apareciendo y desapareciendo incansablemente los tres colores.
No sabía cuánto tiempo llevaba con la mirada hacia el suelo, y deseaba hacerlo en otra dirección, pero esos colores le atraían enormemente. Además, estaba toda aquella gente.
Bajo un estruendoso ruido y el caluroso golpear de unos focos de luz, una multitud de jóvenes de unos quince años menos que él bailaba, reía y miraba descaradamente a quien se le cruzaba. Él era consciente de que era el centro de atención, pues desde hacía tiempo, se había percatado de que todos, con miradas fugaces y mal disimuladas, le observaban con ojos de burla y lástima al mismo tiempo. Además, estaba seguro de que todos hablaban de él.
Esos odiosos altavoces no dejaban escuchar lo que estaban diciendo, y ello le exasperaba. “¿Acaso no puedo tomarme unas copas donde quiera?” –Pensaba amargamente. Por eso miraba al suelo tricolor, para no verles, con sus descaradas miradas y sus sonrisas soeces.
Apoyado en la barra, su octavo whisky esperaba ser ya consumido, pero sabía que cuando se lo terminara se marcharía de allí, y no quería irse. Había salido para divertirse y unos cuantos infelices no lo iban a estropear.
Por eso iba a plantarles cara quedándose allí, aunque tuviera que aguantar ese conjunto de luces y ruido durante toda la noche. Sin embargo, al cabo de un rato, el calor estaba empezando a marearle y echaba de menos el aire de la calle.
Decidió quedarse un momento sentado en la puerta de aquél pub y volver a entrar más tarde. Así pues, se terminó de un solo trago la copa y se puso a caminar.
Había tal cantidad de gente que no podía encontrar la salida. Sufriendo empujones y pisotones empezó a avanzar costosamente por entre la multitud. La idea de que si no salía pronto iba a vomitar le crispó tanto que decidió preguntar a alguien. “¿Dónde está la salida?” –Preguntó avergonzado a un desconocido. Éste, con gesto irónico, levanto lentamente un brazo y señaló con un dedo la dirección de la puerta.
Perdiendo ya todo modal, se dirigió hacia la puerta mediante codazos y empujones. Una vez llegó fuera, un chorro de aire frío hizo que se encontrara algo mejor, e intentó descansar algo sentándose en un peldaño en postura fetal.
Tras haberse serenado, levantó la vista y la imagen que vio reflejada en el espejo de un escaparate le dejó aturdido: Vio un hombre impregnado en sudor, con el pelo revuelto y un rostro demacrado. Era él. “¿Por qué ha tenido que cambiar mi vida de un modo tan repentino?” - se preguntó con desesperación.


2
Juan Lostal siempre había sido un hombre apasionado, una persona de nobles sentimientos. Tal ver era por ello por lo que cuando se enamoró por primera vez, puso todo su empeño en que esa chica fuera de él siempre. El día de su boda decidió llevar a cabo todas las promesas pronunciadas en la ceremonia. Desde entonces, su vida no fue otra cosa más que ella. Sacrificando todas sus amistades, aficiones y caprichos personales, cada día lo ocupaba en su trabajo y en intentar hacerla feliz.
Sin embargo, hasta el día en que nació su hijo, Esteban, no había sentido jamás tal sensación de responsabilidad en su ser. El amor inmenso que sentía por él hizo que sus cuidados fueran de una intensidad obsesiva. No concebía que el niño estuviera desprotegido ni un sólo momento. Incluso no tenía habitación propia, sino que dormía en dormitorio de los padres. Sin embargo, a veces la vida parece reírse cruelmente y sembrar la tragedia a quienes menos lo merecen. El día que su hijo cumplía 4 años, Juan y su mujer se disponían a llevarlo al zoológico. Un coche conducido por un hombre ebrio apareció tambaleándose hacia ellos y, sin que Juan pudiera sortearlo, chocaron estrepitosamente.
Ellos resultaron ilesos, pero el niño falleció al instante. Su casa se llenó de un sombrío luto, y el tiempo parecía no avanzar. Su mujer, sufriendo una fuerte depresión, le culpó sin dudarlo de esta muerte. Le consideró un asesino y se apoderó de ella un odio tal que no podía soportar la convivencia con él, y terminó yéndose a vivir a casa de una hermana suya. Finalmente, él también quedó convencido de que había asesinado a su hijo y se entregó al alcohol, perdiendo su negocio y todo lo que le rodeaba. Habiendo perdido a su hijo y a su mujer, y sin amigo alguno, se quedó completamente sólo.
Empezó a tener pensamientos extraños. Creía que cuando la gente sonríe o suelta una carcajada en público no repara en que pueda haber cerca personas que hayan caído en la desgracia. Sentía una enfermiza envidia hacia la gente que se mostraba feliz. Cada vez que veía por la calle a alguien riendo le llegaban a la mente imágenes de su esposa y su hijo. Finalmente decidió salir de casa lo menos posible, llegando a permanecer más de un mes encerrado en su piso sin apenas comer y con una tremenda depresión. Tras su recuperación, cada vez que salía a la calle, tenía obsesión por comunicarse con alguien, pero la mayoría de la gente le rehuía. “¡Vosotros lo tenéis todo y no sois capaces de dedicarme un poco de vuestro tiempo! –Pensaba angustiado.


3
Aquella noche había salido, no para buscar compañía, sino para ver y oír a los demás. Su soledad era tal que, si al menos podía sentirse junto a alguien y escuchar diálogos ajenos, se olvidaría un poco de sí mismo. Pero el volumen de aquella música no hacía mas que distanciarlo de aquella gente.
Entonces pensó en la posibilidad de ir a un bar pequeño, de esos en los que puedes hablar con el camarero o con alguien que esté en la barra. Así pues se despidió de aquella discoteca con una mirada de desprecio y se metió en una bocacalle. No tuvo que andar mucho, pues enseguida encontró una pequeña cervecería. Entró y lo que vio era justamente lo que estaba buscando.
Era un local rectangular con un par de mesas baratas y una discreta barra. No parecía ser un bar con mucho éxito, ya que allí sólo se encontraban tres ancianos, pero a Juan le pareció perfecto. Se sentó en un taburete y le pidió al camarero un whisky. Intentó pedírselo de forma jovial, pero apenas le salió un graznido. El barman, vestido con chaleco rojo y corbata, era un joven de unos veinte años al que su rostro serio y sin expresividad alguna le identificaba como una persona no demasiado feliz con su trabajo. Le sirvió la copa y se desplazó hasta el otro lado para después sentarse. Esto rompió toda esperanza de comunicación con él. Así pues, decidió que si aquel hombre no estaba dispuesto a dialogar, le obligaría a hacerlo. La única forma que encontró para conseguirlo fue la de beber tanto que el barman le preguntara el porqué de su empeño en emborracharse. Se bebió de un trago el whisky y le pidió otro. El camarero se levantó, volvió a servirle y, posteriormente, se sentó de nuevo. Esto se repitió una y otra vez sin producirse otro resultado.
Para entonces, él estaba tan decidido a hacerle hablar, que estaba dispuesto a todo antes que dejarse vencer. El otro seguía mostrándose inexpresivo, pero Juan creía saber que éste conocía sus intenciones y que le había declarado la guerra. Ya había perdido la cuenta de lo que había bebido, cuando pidió de nuevo. El barman puso otra copa en la barra y mientras abría la botella le dijo: “Los otros suman tres mil seiscientas”. Él rebuscó en sus bolsillos y sacó dos billetes. “Joder, sólo tengo tres mil” –balbuceó mientras los dejaba torpemente sobre el mostrador. Bajando la cabeza deseó decirle que volvería mañana para darle el resto y que le disculpara, pero sólo pudo pronunciar un ahogado “Perdón”. El camarero recogió el dinero y le dijo con tono despectivo: “Vale... Váyase”.
Mientras salía por la puerta unas terribles ganas de gritar y golpear le invadieron. “¡Es que la gente no entiende nada!. ¡Es que sólo piensan en sí mismos!” –Pensaba constantemente.
Empezó a correr fatigosamente mientras decidía que a partir de entonces no iba a importarle nada ni nadie. Corría para huir de todo el mundo, aunque no se daba cuenta de que, en realidad, huía de sí mismo. Desde un viejo balcón, el sollozo de un bebé rompió el silencio de aquella noche y, cerrando los ojos y con los brazos extendidos mientras corría, empezó a emitir unos horribles sonidos que asemejaban los aullidos de un lobo. Algo chocó contra él y, sin saber el porqué, cayó desmayado en la acera.


4
Viento. Oscuridad. Frío. Una voz amenazadora empezó a gritarle, pero se oía tan lejana que no llegaba a entenderla. Sin embargo, ansiaba poder oírla, y deseaba preguntar a la voz qué quería. De pronto, se abrió una puerta y apareció su hijo. Mientras Juan intentaba acercarse penósamente a él, el niño empezó a hacer equilibrios. Entonces comprendió que al otro lado de la puerta no había nada y que su hijo iba a caer. Empezó a correr, aunque avanzaba muy lentamente y con torpeza. Quería correr más deprisa, pero no podía. Sin poder salvarle, vio cómo su hijo agitaba bruscamente los brazos y, con la boca muy abierta, cayó lentamente de espaldas hasta desaparecer. La puerta se cerró.
De pronto, escuchó claramente la anterior voz. Ésta gritaba sin cesar: “¿QUIÉN ES SU PADRE?”. Él le respondió angustiado: “¡Yo, yo soy!”, Pero antes de que pudiera terminar, la voz gritó “¡NO!. ¡TU ERES SU ASESINO!”. Se oyó el ruido de un martillo golpeando un trozo de madera, y Juan comprendió que se encontraba ante un juez. “¿QUIÉN ES SU PADRE?” –Volvió a preguntarle el juez, a lo que él le respondió irritado: “¡Yo!. ¡Yo soy su padre!”. De nuevo se volvió a oír “¡NO!. ¡TÚ ERES SU ASESINO!”. Inmediatamente el sonido del frenazo de un coche y de unos cristales rompiéndose le hicieron despertar de su pesadilla.
Abrió los ojos y la luz cegadora del sol apenas le permitía observar dónde se encontraba. Al rato cayó en la cuenta de que se encontraba en un hospital. Los recuerdos de la noche anterior le hicieron poco deseable la aparición de otro día y se acurrucó metiendo la cabeza bajo las sábanas y dejando sus pies desnudos al descubierto. Al rato, una mano le oprimió levemente la espalda. Una voz femenina le hablaba: “Juan Lostal... Disculpe, señor Lostal.”. Mientras se daba la vuelta y asomaba la cabeza, ella siguió hablando: “Perdone, hemos llamado a su casa y no responde nadie. ¿Puede venir a buscarle alguien?”. Juan respondió amargamente: “No, no vendrá nadie. ¿Puedo irme de aquí?”. La enfermera le respondió que había sufrido una fuerte contusión en la cabeza y que en cuanto le hicieran unas pruebas podría marcharse. Juan, iracundo, empezó a vociferar “¡Pues claro que me iré, zorra!, ¡Me iré y no volveré a querer saber nada de nadie mientras viva en este maldito mundo!”. Furioso, cogió su almohada y la lanzo con agresividad al suelo. En ese momento se dio cuenta de que en aquella sala había más gente. Cinco ancianos, tumbados o sentados le miraban fijamente. Juan se fijó en sus miradas, las cuales parecían dirigirse al infinito Después observó las profundas arrugas que delataban su edad y sus manos temblorosas. Eran los rostros más horribles que había visto jamás. Parecían no humanos: Sus ojos y labios se movían de manera mecánica, pero sus párpados y cejas modelaban espantosas miradas.
Juan vio en ellos una desgracia que no era la suya. Ellos representaban algo horriblemente real: Era el dolor dantesco y trágico de la vida.
Incomprensiblemente, él creyó haber conocido de pronto todas las desgracias de la humanidad.
Se levantó de la cama y empezó a andar fatigosamente. Sentía miedo de salir de esa habitación por lo que se pudiera encontrar después, pero el cadavérico ambiente de la sala le animó a ello. Apareció en un largo pasillo, donde empezó a avanzar hacia una pequeña puerta que daba a una habitación mal iluminada. Cuando llegó a ella, observó un entramado de tuberías oxidadas en el techo. Las paredes estaban sucias y rebosaba la humedad. Advirtió unas pequeñas escaleras metálicas en forma de espiral en una esquina de la habitación. Sin pensarlo, empezó a bajar por ellas. Conforme iba descendiendo, la oscuridad aumentaba, y una asfixiante atmósfera le dificultaba la respiración.
Aquellas escaleras parecían no tener fin, pero cuando la oscuridad se hizo completa y el color negro era lo único visible, las escaleras acabaron dando lugar al deseado suelo. Una vez allí, Juan se sentó y, apoyándose en una pared cercana intentó descansar, quedándose dormido.
Una luz cegadora le despertó. Al abrir los ojos reconoció de entre la luz la menuda silueta de un niño de corta edad. Se fue acercando a él pero seguía sin reconocerle. El niño le dijo: “Hola, papi. Soy yo. No estaba muerto, sólo estaba dormido.”.
Juan no quiso saber cómo estaba su hijo allí, ni cómo había resucitado. Ni siquiera quería saber si era real o una alucinación. Lo único que quería era llevarse a su hijo de allí y estar siempre y solamente con él. Decidió cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamás.


5
En el parque Primo de Rivera, en Zaragoza, toda la gente que allí pasea parece ser feliz. El cromatismo de sus árboles, plantas y arbustos dotan de alegría a este lugar.
Sin embargo, es cada vez más famoso un desaliñado vagabundo que siempre pasea por allí y que inquieta a los viandantes, pues este hombre anda hablando sólo y con uno de sus brazos extendidos hacia el suelo, como si llevase algo.
Algunos alumnos universitarios ya le han puesto el mote de “el loco del perro”. Lo que nadie sabe es que, en realidad, se trata de Juan Lostal: el hombre que lleva de paseo al parque a su hijo muerto.

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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

Vaya...

me han impresionado los dos, Draku y Beeutherlin...

Felicitaciones!! Que buenos escritores tenemos en 88Teclas!!!

Bueno, a ver si me pongo a buscar y encuentro algo para participar yo también.

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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

Insomnio

Me sigo resistiendo a tomar pastillas. No es solo por la resaca, sino porque a veces no puedo conciliar el sueño y otras me despierto en medio de la noche y quedo desvelada hasta el amanecer. Sin contar lo del sueño intermitente o el de duermevela. Tendría que tomar dos o tres pastillas diferentes, un cóctel artificial para concretar un proceso natural. Llevo más de un año buscando la panacea mental, un contar corderitos que en definitiva me lave el cerebro de tal modo que consiga no pensar en nada: la piedra fundamental para caer en el abismo del sueño sin más.
Por supuesto que conté corderitos. También conté números desde el cien hacia atrás y recité el abecedario al revés. Todo sin éxito. Recurrí a la televisión como lavado de cerebro y a veces funcionó, me quedé dormida con el control remoto en la mano pero al despertar y pulsar el botón de apagado, me desvelé.
Pensé en los bebés y en su modo de imaginar el mundo pero no me arrojó ninguna ventaja, es probable que aunque mi madurez emocional siga siendo tan precaria ya haya superado la etapa en la que se encuentran los bebés. Descarté aquello de la mala conciencia porque no poder dormir no se relaciona con el Bien y con el Mal sino con el simple pensar, con la activación de los procesos mentales en el momento en que deben estar inactivos. Le encontré la explicación a eso de la meditación oriental, por fin entendí lo que eran los pensamientos inútiles, se trataba de aquellos pensamientos que más que inútiles eran pensamientos que se instalaban en la mente durante el momento en que no se tenía que instalar ninguno. La meditación no era ninguna reflexión acerca de nada, era simplemente poner la mente en off, no entiendo por qué la llaman “meditación” cuando debería llamarse “no-meditación”, pero al menos entendí algo. Me dediqué pues, a inhalar y exhalar con la mayor concentración mental posible en mis funciones respiratorias. Lo de respirar no tenía nada que ver con el oxígeno ni con la purificación de nada, ya sabemos que hay gente que vive porque el aire es gratis y no hace falta ir a la universidad para aprender a respirar, se nace sabiendo y el que no sabe, se muere. Tengo que reconocer que con este método más de una vez logré quedarme dormida y por unas cuantas horas, es indudable que la mente solo puede pensar en una cosa por vez aunque haya tantos -sobre todo mujeres-, que digan que se pueden hacer muchas cosas al mismo tiempo, cuestión con la que no estoy demasiado de acuerdo, no se puede caminar y correr al mismo tiempo, por ejemplo. Ni pensar en lo que se va a cocinar mientras se piensa en la lista de la compra. Al menos, desde una concepción no-cuántica. Pero no quiero irme por las ramas, concluyo diciendo que al pensar tanto en como se lleva a cabo el mecanismo de la respiración, resulta que no se piensa nada en ninguna otra cosa, ya sea útil o inútil, y entonces uno se duerme.
Está visto que estas prácticas tuvieron cierto éxito, pero al cabo de un tiempo, me aburrí.
Yo quería algo más tangible, algo más cercano y que me confortara hasta alcanzar el sueño. Me cuestioné mi cama mitad vacía por la falta de marido, pero lo descarté enseguida porque cuando tenía marido también tenía insomnio, y encima tenía que cuidar de no hacer ruido ni movimientos extras para no despertarlo a él. La ventaja de tener marido aunque no se lo ame es que en invierno calienta mucho la cama y éste es un obstáculo menos a sobrellevar porque el frío en la cama es un aliado potente del insomnio. Está claro que el calor del marido no resulta gratis, hay que currarse esto también porque para que el hombre emane suficiente calor primero hay que darle de comer y esto conlleva su trabajo y su tiempo, sin contar el trabajo mental de elaborar una cena con las suficientes calorías. Si el marido está a dieta e insiste con una ingesta ligera, se sabe por anticipado que emanará la mitad del calor esperado, y si en circunstancias extremas no quiere cenar, no emanará nada y hasta es probable que enfríe la cama.
La bolsa de agua caliente reemplaza a un hombre bastante bien, y si no resulta tan completo una puede recurrir a dos bolsas. La manta eléctrica todavía me da un poco de repeluz
Una vez que aprendí a fijar la mente en la acción respiratoria, decidí trasladar estos conocimientos a otras acciones que fueran lo suficientemente únicas, reiterativas y absurdas como para igualar al mecanismo de la respiración, aunque no encontré ninguna más apropiada luego de haberlo intentado con otras funciones corporales como la alimentación, que hacía que me levantara para buscar alguna cosilla en la nevera o la micción, que me resultaba muy poco espiritual. Descarté casi todos los sentidos especialmente el de la vista dado que debía cerrar los párpados como primera premisa, y el del oído, que me mantenía alerta, vigilante y más despierta que nunca. Lo mismo ocurría con el olfato. No experimenté con el gusto pero hice unos intentos más extensivos con el tacto. Decidí cogerme la mano a mí misma con la otra mano, pensando en aquella mano amiga que tanto palió dolores durante los años adolescentes, pero no podía concentrarme, esa mano era definitivamente la mía propia, y aunque me considero en este momento mi mejor amiga, no me fue posible lograr el sueño pensando en ello.
Decidí cambiar al personaje, pero tampoco surtía efecto si pensaba que la otra mano era la de mi madre, una madre solícita y tremendamente joven que acariciaba los mechones de la frente a una niña de tres años que venía a ser yo. Eso me provocaba una cierta tristeza más que añoranzas porque empezaban a sucederse imágenes infantiles de aquella niñita tan tierna que tantos mordiscos recibió de la vida años después.
Descarté, pues, a la madre y también a la niñita, porque en lugar de pensamientos inútiles se me generaban sentimientos inútiles, había que dejar a un lado todo lo que fuera autocompasión y arremeter con valentía al nuevo obstáculo que la vida presentaba en forma de insomnio.
Se me ocurrió que si rezaba el ángel de la guarda repetidamente, volviendo al principio luego de finalizarlo como si fueran los avemarías de la novena, el resultado iba a ser igual al de la respiración o a lo de contar corderitos, que había logrado visualizar enseguida y fácilmente. Fracasar con los corderitos se había debido a otra cosa que no era la visualización en sí misma, sino que por el contrario, la visualización había sido tan clara que inmediatamente empecé a clasificarlos y a establecer categorías. Les puse nombres y los dividí en grupos según la edad y el tamaño, el color de las patitas o la forma del hocico, visiones tales y decisiones tales que me distrajeron de mi verdadero propósito de quedarme dormida.
Con el ángel hubo una diferencia importante, porque visualicé al mismo ángel de la guarda, ese que era mío propio y me alegré muchísimo por ello, segura de que por fin había hallado el remedio infalible ya que mi mente no tenía que diferenciar ni darle identidad a muchos ángeles sino sólo a ese que me pertenecía exclusivamente y que se presentó en mi cama todo emplumado y cariñoso.
Esta vez casi me quedé dormida. Era, ciertamente, un ángel muy bello. Blanquísimo y con rizos también blancos. Quizá un poco grande, me igualaba en tamaño y eso me chocó un poco pero lo acepté y le hice un lugar en la cama. Me envolvió con sus alas y por un momento me sentí inmersa en una vorágine de sensaciones cálidas, suaves y amorosas, en un nido donde yo, la avecilla frágil, lo tenía todo resuelto y sólo tenía que cerrar los ojos. Digo que fue un momento porque de pronto sentí una incomodidad, un malestar. Algo no andaba bien, algo raro no encajaba en el guión. El ángel seguía inmóvil y apoyado cuan largo era sobre mi espalda, y yo, con los ojos abiertos de par en par buscaba el origen de las señales de alerta que titilaban en mi mente como luces rojas. Por fin lo determiné, eso era lisa y llanamente una erección de las de toda la vida, y me desprendí del abrazo para saltar de la cama y abrir la ventana mientras gritaba “Fuera de mi casa!!”, orden que el ángel acató de inmediato, no se como consiguió escurrir su metro setenta por entre las rejas para salir por la ventana batiendo sus enormes y ruidosas alas blancas.
Fue muy impresionante. Me senté en la cama y me fumé un cigarrillo, esa noche me costó varias horas conciliar el sueño, creo que estuve despierta hasta el amanecer, bastante asustada de mis propios poderes mentales y controlando de a ratos con la vista que la ventana continuara cerrada.
Esta experiencia hizo tambalear un poco mis propias convicciones sobre la conveniencia de recurrir a los métodos naturales y durante una semana tomé pastillas. Una vez reparado mi sueño atrasado volví a la carga con mis experimentos. Durante la vigilia hice unas listas con los pros y los contras de mis intentos, elaboré nuevas hipótesis y tracé todas las pautas según los pasos del método científico, ya que había decidido que lo de la visualización no estaba mal, había hecho mis pinitos bastante bien y solo necesitaba perfeccionarme y sobre todo, encontrar al partenaire ideal.
Lo encontré, y ese encuentro me colmó de sensaciones cercanas a la felicidad. Apareció de manera mágica y sin que yo lo convocara o buscara imaginar, apareció de la nada. La nada era una imagen absolutamente blanca, uniforme. De pronto estaba yo ahí, sobre esa nada fría y blanca, derrapando sobre unos esquís con gorro, antiparras y un anorak anaranjado. La mala suerte hizo -siempre la mala suerte tiene que aparecer de alguna manera- que patinara torpemente y al caer me fracturara una pierna. No sentía dolor, pero no podía moverme y había quedado ahí tirada, a merced de la noche que empezaba insinuarse con sus sombras, absolutamente sola, indefensa y condenada a muerte por congelamiento. “Morir, dormir, dormir… ¡Soñar acaso!” Me conformaba con lo que ocurría hasta ese momento, me estaba por dormir aunque ese sueño fuera la muerte misma. No me asustaba porque eran todas imaginerías mías y la pseudo-muerte culminaría en mi despertar a la mañana siguiente como si no hubiera pasado nada.
Pero las cosas mejoraron y no me fue necesario morir. Desde los últimos trazos rojos que dibujaba el horizonte apareció un punto negro que empezó a agrandarse y a tomar forma a la vez que se me acercaba. Era un perro San Bernardo que luego de husmearme de pies a cabeza me lamió la cara para quitarme los cristales de hielo que endurecían mis rasgos y para infundirme algo de calor. El calor provenía también del aire que exhalaba el perro y formaba unas nubes vaporosas que salían de sus belfos rosados y sanos, algo babeantes pero de todos modos, bellos. Aproximó su enorme cabeza para poner el barrilito cerca de mi boca y mientras yo tanteaba con la mano la espita para abrirla y recibir una caricia de ron y miel en la garganta, me topé con un botón amarillo que había en el collar. Apretar ese botón era activar un GPS que localizaría al perro, mi salvación estaba asegurada, sólo había que esperar un rato a que vinieran los que me rescatarían y me llevarían al hospital para escayolarme la pierna. Mientras tanto, podía dormirme tranquilamente. Era perfecto.
Luego de sus incursiones de aprovisionamiento y llamada de auxilio, el San Bernardo se tendía por delante mío para que yo me abrazara a sus cálidos cuarenta kilos de músculo y pelo marrón, blanco y negro.
De más está decir que me dormí como un bebé y el fenómeno se repitió noche tras noche con el mismo éxito. El perro San Bernardo era tan efectivo y además me proporcionaba tanto afecto y compañía, que finalmente decidí hacerlo mío y llevarlo a mi casa.
Se sucedieron noches de sueño completo y sin interrupciones. El hecho de que el perro viviera en mi casa hacía que cuando yo me abrazaba a él para conciliar el sueño no hubiera olor a perro mojado y esto era una interferencia menos a sortear. A la vez, anulaba cualquier impulso autodestructivo de los que bastantes yo tenía, porque tampoco me tenía que auto-fracturar la pierna. Como si esto fuera poco, el San Bernardo seguía conservando el barrilito que unas noches contenía el original ron y miel, pero podía cambiarse por wiskola, cerveza negra o té earl grey. Creí haber llegado al sumum de la visualización curativa y adormecedora y lo viví de ese modo más o menos durante un mes y medio. Fue entonces cuando cometí un grave error: se lo conté a una amiga.
Con entusiasmo y pasión le hablé de mi perro. Mi San Bernardo era una maravilla que colmaba todas mis expectativas y además no ladraba, no comía, no perdía pelo y no vaciaba su vejiga en ninguna parte porque de tenerla, también hubiera sido virtual. Mi amiga me escuchó atentamente y sin interrumpirme, los exagerados gestos alegres y mis ademanes que explicaban el tamaño del perro y su posición lateral en la cama para que yo me abrazara a él compensaban la ausencia de gestos en ella o de cualquier otra expresión de lenguaje corporal. Cuando terminé de contarle todo entre sonrisas, lágrimas de emoción y exhalaciones de alivio, ella se acomodó las gafas con la mano -aunque mirándome por encima de ellas-, se cruzó de piernas y, suavemente -maternalmente diría-, me preguntó: “¿y hace mucho tiempo que estás pensando en estas cosas?”
¿Cómo explicarlo? Se levantaron mis cejas y se me juntaron las manos en actitud de plegaria, apoyados los índices sobre mi boca de tal modo que me resultaba imposible decir nada. Era un gesto de sorpresa, de inmovilidad, de shock. ¿Acaso tenía lágrimas en los ojos? Porque mi perro estaba fuera de foco y empezaba a enflaquecer o a desvanecerse sin remedio. Los colores de su pelambre se fundían en una tonalidad arcilla que cada vez se hacía más borrosa hasta que finalmente desapareció. No pude responder a la pregunta de mi amiga ni a las que vinieron después. Yo estaba de duelo, transida de dolor. El San Bernardo no volvió esa noche, ni ninguna de las noches que le siguieron. Ya no podía hacerlo. Había muerto.
Unos días más tarde mi amiga me preguntó por el San Bernardo y le expliqué que estaba muerto. Ella se ofreció a llevarme en su coche a la protectora de animales para buscar ahí a un perro de verdad, a lo cual, por supuesto, me negué. Se puso tan insistente con el tema de los animales que en un momento pensé que estaba algo desequilibrada. Le pregunté si estaba durmiendo bien, y me dijo que ella tomaba pastillas.
No pude encontrar un nuevo guión.
Compré pastillas.

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Ricardo Antonio
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por Ricardo Antonio »

Hombre cuánta creatividad por aquí.
Yo, como Bsvid, escribo para desahogarme. Cuando ando depre comienzo a llevar un diario :lol: que me funciona como si se lo contara a alguien y además me ayuda a organizar ideas.

Aquí algo de lo que escribí en face hace mucho:

El año pasado tuve oportunidad de ver una película titulada Cuestión de Tiempo (About Time), un drama romántico que trataba sobre un joven que tenía la capacidad de viajar en el tiempo a un momento determinado de su pasado y así mejorar su futuro. Como todos sabemos, “un gran poder lleva una gran responsabilidad”, así que este joven decidió que lo mejor que podía hacer era usar su habilidad para conquistar a la chica que le gustaba. Tim, que así se llamaba, podía cometer los errores que quisiera, al fin y al cabo con tan solo pensarlo podía retroceder el tiempo y actuar de forma distinta, así si decía o hacía algo que a su chica no le parecía, volvía en el tiempo y lo corregía. Logró su objetivo, conquistó a la que se convirtió en su esposa y vivieron una vida de ensueño gracias a la habilidad de viajar en el tiempo de Tim, que siempre volvia en el tiempo y evitava arruinar su futuro.

La vida no funciona así, obviando que aún no logramos entender del todo qué es el tiempo, hay al menos una característica de él que nos queda muy clara... es unidireccional. El tiempo va incesantemente en una sola dirección: adelante, siempre adelante. Sea cual sea su velocidad de marcha, nunca se puede hacer que el tiempo retroceda. Nada lo detiene.

Ya quisiéramos muchos poder volver a algún momento de nuestro pasado para evitar alguna acción, pero el pasado se ha ido, es historia y jamás puede repetirse. Así que nuestros errores irán con nosotros toda nuestra vida, habrán dejado su huella en la corriente del tiempo, una huella que nosotros no podemos borrar.

Así que no nos queda de otra que también seguir adelante.
—————

Pues de creativo tiene poco pero lo escribí en un momento en el que decidí dejar de compadecerme a mi mismo y actuar para resolver las cosas. Hay cosas que tienen solución, otras no, de cualquier forma la vida sigue y sí que puedo decidir cómo reaccionar ante las dificultades, prefiero disfrutar y no angustiarme :)
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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

Y dime, Ric. Antonio, tu no crees que buscar mejorar la propia vida reestructurando cosas no es ser creativo?

A mí me gustó mucho tu escrito. Hay muchas maneras de escribir, estilos, bla bla. La poesía se mezcla muchas veces, o una analogía tan afortunada como esa de Beeutherlin con la yegua y su cuello de goma.

Pero un escrito sobre superación personal o autoconocimiento no necesita de esos recursos. Lo que necesita es claridad, y eso lo has logrado a la perfección.

Me encanta leer a mis amigos de 88Teclas. Ojalá haya más!!!

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evamar
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por evamar »

ay, se me pasó este hilo... mañana empezaré a leeros.
"Time you enjoy wasting was not wasted" (El tiempo que disfrutas perdiendo no es tiempo perdido) John Lennon.

"Don't hit me with them negative waves so early in the morning" (No me machaques con tus malos agüeros tan prontito por la mañana) Oddball - Donald Sutherland, "Kelly's Heroes", "Los Violentos de Kelly", 1970

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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

Te tomo la palabra, Evamar!! Y también para que pongas de lo tuyo. Aunque tu ya has publicado "El contrato social", no?

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evamar
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por evamar »

aconcagua escribió:Te tomo la palabra, Evamar!! Y también para que pongas de lo tuyo. Aunque tu ya has publicado "El contrato social", no?
juasjuasjuas... quién ha vivido la injusticia y la opresión real sencillamente no puede callarse ante comentarios de gente que nunca lo han vivido, que no valoran lo que tienen y que encima tienen que irse muchísimo tiempo para atrás, como si las cosas y la sociedad no hubierda cambiado, para crear su realidad alternativa. Ya vale.
"Time you enjoy wasting was not wasted" (El tiempo que disfrutas perdiendo no es tiempo perdido) John Lennon.

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evamar
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por evamar »

Voy leyendo poco a poco. Buen hilo!

Aconcagua, muy buenos los microrelatos, por ahora el del médico rural es el que más me ha gustado... Canelita fijo que se queda a poner huevos, deliciosos con acompañamiento de gusanos.

Oye, qué es chamuyarse?

Mr, tienes mucha facilidad de expresión escrita, y como dice aconcagua el interés se mantiene hasta el final. jajajaa... con lo importantísimo que es para mucho mantener "la pureza de la línea", incluso hoy en día e incluso en la misma raza.

Beeutherin, jajajaja, lo que me he reído con lo de la profe. Muy buena frase. A veces también se monta cada cosa cuando no se ponen acentos...
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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

evamar escribió:Voy leyendo poco a poco. Buen hilo!

por ahora el del médico rural es el que más me ha gustado...

Oye, qué es chamuyarse?
Chamuyarse: verbo. Viene de "chamuyo", es lunfardo, "slang".
El chamuyo es un discurso más o menos largo que encierra un propósito de quien lo dice. No es exactamente una mentira, aunque muchas veces pueda serlo.

Te puede chamuyar alguien para venderte algo, o para conquistarte.

En lenguaje coloquial y no lunfardo, también se dice "hacer el verso". Reprocharle a alguien "me estás haciendo el verso" es como decirle "no me mientas".

Aquí en España se dice "me estás vacilando". Debe ser algo medio parecido. (a mí me costó un montón entender ese giro cuando llegué)

A mí también me gusta ese del médico rural. Ese lo hice pensando en aquello de la condensación, creo que conseguí describir casi una semana, una actitud frente a las cosas y un estilo de vida con las pocas palabras que admite el microrrelato.

No es fácil, aunque componer música queriendo respetar todas sus leyes es aún más difícil...

Todo lo que puse es muy antiguo, tiene al menos seis años. Ahora ya no escribo más. Ahora, piano y armonía. Con eso voy más que sobrada.

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aconcagua
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Re: Literarios (hecho en casa)

Mensaje por aconcagua »

Había aceptado la invitación porque era su primera oportunidad de conocer un restaurant de lujo. El señor había insistido mucho aunque ella sabía de antemano que debía rechazar toda indecencia. Se peinó ella misma con sencillez y se vistió del mismo modo, como para dejar las cosas claras. Cuando él le colocó la pulsera de oro empezó a dudar. Era ella realmente tan valiosa? No era lo mismo recibir la pulsera que aceptar las flores. Hermosas, sí. Pero que al día siguiente habrían perdido su frescura.
Revolver el helado era la excusa para que transcurriera el tiempo y en él sus pensamientos. En su otra mano, la mano de él. Fuerte y tenaz, gritaba su deseo. Pero el beso era tierno, apenas posado en su pelo, como si besara a la virgen.

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