Consistía en meternos en las llamadas como "zonas de bares" que en las noches de fin de semana son calles abarrotadas de bares y gentuza donde hacíamos la procesión de la gallina:
"¡a cual vamos?" decían
"¡da igual, son todos una mierda!" pensaba yo"
Y pasito a pasito llegábamos. Nos metíamos en un tugurio donde hacía un calor de la muerte y sonaba Raffaela Carrá, Había tanta gente que tenía como 1 milímetro de espacio para pasar entre 2 personas, así que podías elegir qué parte refrotar... Al final alguien del grupo decidía parar en un sitio y ahí te quedabas. La única manera de conversar era gritando a todo volúmen al oído. Los amigos me gritaban al oido hasta que me lo tenía que rascar del picor. Si me tocaba un hablarín, estaba perdido. Alguna vez me ví tentado de decirle a algún gritón perfora-oidos: "si me quieres, ¡callarse!"
Con gran esfuerzo conseguía algo de beber, y luego tenía que andar con mil ojos para que ningún codo o espalda me tirara la copa, porque valía lo suyo, tanto económica como "odiseamente". Por fin la agonía acababa, alguien decía "vámonos" y yo "...¡yuju!"
Pero al salir alguien decía "¿a dónde vamos?", y eso significaba que había que ir a otro sucio tugurio a vivir el mismo padecimiento: el encierro de la gallina y la granja de pollos. Tras unos cuentos "¿a dónde vamos?" yo gritaba "a mi p*** casa!"
Con el tiempo, comprendí que cuando decían "vámonos de marcha" debía decir "¡¡pasarlo bien, chavales!!". Sólo tenía que decir que no a media docenas de reclamaciones de mis compis, hasta que alguien decía "¡pues que te j****!" y entonces me sentía sólo, liberado y feliz
¿Alguien se sintió identificado con mi relato?, ¡no me digáis que exagero!, y me dejé muchas cosas por decir...
